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Los Umbrales de la LUZ
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Decir que un pintor busca la luz es una tautología. Pero saber que Ricardo Valbuena busca la luz “interior” a toda costa y que tiene la valentía y el tesón de transformarla en una expresión que conmueva los sentidos, nos devela que este pintor recorre el laberinto de los alquimistas y los místicos, y se atiene a sus riesgos.
Teihlard de Chardin podría estar observando un cuadro de Valbuena cuando afirma:
“No hay ni espíritu ni materia en el mundo; la sustancia del universo es espíritu- materia... Yo sé muy bien que esta idea de espíritu-materia es vista como un monstruo híbrido, el exorcismo verbal de una dualidad cuyos términos permanecen sin resolver. Pero me mantengo en el convencimiento que las objeciones que se le hacen surgen del simple hecho de que poca gente puede resolverse a abandonar un viejo punto de vista y tomar el riesgo de una nueva idea.”
La incursión del pintor en el mundo interior, guiado por el convencimiento de que “el universo está dentro de nosotros” le confirma que el cuerpo de luz del ser humano contiene todos los elementos y los colores del espectro del que está formado ese universo. Sus décadas de práctica de yoga y su meditación intensa- incluso en la meticulosa manera de ejercer su oficio- lo han llevado a concluir que los centros energéticos que intuye, su configuración y vibraciones, son el eje central de su exploración pictórica. La luz profunda - ondas, corpúsculos o sueños - es fuente y esencia del Ser y de su ser.
La tierra, el agua, el fuego, el aire y los demás imponderables arquetipos que conforman el cosmos, se convierten en herramientas pictóricas, en medios para extraer la luz inmanente y transformarla en las iridiscencias de una ola, en un volcán ardiente, en el caballo como una kundalini galopante o en el filo más luminoso de una roca. El artista se entrega para que el elemento le regale sus secretos. No impone nada. Siente y observa, y luego deja pasar por su conducto las fuerzas que vibrarán con la misma intensidad en cada pincelada y cada tono.
Las figuras, condensación de la luz y la consciencia, trashuman por espacios luminosos, los habitan. Las columnas verticales de luz simbolizan el eterno presente, el aquí y ahora. El plano horizontal imita la ilusión del tiempo y el espacio que en los cuadros es en realidad una prolongación adrede del plano vertical. Toda separación es una ilusión. Las percepciones de un pasado y un futuro son meras convenciones. Quizás por ello en muchas de la obras de Valbuena las figuras y el paisaje se fusionan; el mar y el cielo son una disolvencia de la luz; los reflejos son el reflejo de un reflejo.
Los cuadros de este artista y artesano cuidadoso originan una respuesta táctil. Pintados en “impastos”, una mirada cercana revela que son el resultado de innumerables capas, estratos, sedimentos. Se requieren infinitas horas de contemplación y de trabajo para lograr que la luz esencial por fin se deje asir. Seguirá siendo siempre un espejismo, un asomo del alma con forma de paisaje, de figuras o de fuerzas telúricas. La verdadera luz sigue por dentro; pero Valbuena la seduce, la evoca, la atrapa en sus pinceles, y después le presenta a nuestros ojos la incandescencia de la epifanía y nuestra propia luz responde a esa belleza.
Ignacio Zuleta LLeras
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