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La Obra de Ricardo Valbuena
Carolina Sanin
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Quien observa la obra pictórica de Ricardo Valbuena presencia un testimonio sobre la unidad. En busca quizás de establecer la identidad entre el conocimiento de la materia y el conocimiento de sí, el pintor sugiere la creación de todos los elementos a partir de la luz y se ocupa de seguir el retorno de los elementos a la luz. Enuncia el axioma “como es arriba es abajo” o “como es afuera es adentro” a través de la atención al paisaje, cuya horizontalidad se transforma en un camino vertical.
En los atardeceres y los amaneceres de Valbuena se presenta el cambio como apariencia de la realidad inmutable: la fluctuante luz del día, que ilustra el tiempo, se intuye como la lucidez atemporal de otra realidad. La consideración del movimiento suscita una propuesta sobre la indistinción entre los elementos: la llama se resuelve en el aire; la tierra y el agua se funden —o, mejor, fluyen el uno hacia la constitución del otro— a través de la metáfora de doble vía de la espuma y la arena; la neblina interioriza la imagen de la tierra al aparentemente desdibujarla; la tormenta hace el milagro de que la superficie ascienda; la representación del jinete que galopa sobre una línea que es a la vez onda y terrón se ofrece como alegoría de la búsqueda estética que aspira a contemplar la unidad entre consciencia y naturaleza. El caballo de algunas obras es en otras el barco, e invita a definir el vehículo en el que puede recorrerse el camino espiritual. Más allá, nave y animal se unen en el poder del fuego que enciende el mundo y lo hace desaparecer.
Podría decirse que todas las obras de Valbuena conforman un solo paisaje reflexivo que transmite una experiencia de la luz. Tras ese paisaje dorado y gris, la tierra y el cielo se dan alcance en otro cielo, más deslumbrante, que permanece mientras se evade para ser buscado infinitamente por la contemplación del artista.